jueves, 10 de diciembre de 2009

Una aproximación a la cuestión de la lengua y el colonialismo Por José Mateo Ciampagna

Por José Mateo Ciampagna*





Al tratar de reflexionar desde una perspectiva lo menos condicionada posible, o si se prefiere abriendo la lectura a diferentes miradas, sobre cuestiones vinculadas al amplio territorio en que se despliegan y relacionan los distintos aspectos del sujeto, la subjetividad y la cultura, el tema del lenguaje y de las lenguas, comienza a mostrarse en toda su compleja diversidad.



Los lingüistas aseguran que en el mundo hay unas 5000 lenguas diferentes en alrededor de 150 países -un promedio de unas 33 lenguas por país-, que algunos países tiene menos y otros muchas más, pero de todos modos el mundo es plurilingüe en cada uno de sus puntos y las comunidades lingüísticas conviven y se superponen sin cesar.



Este plurilingüismo hace que las lenguas estén en permanente contacto, el lugar de esos contactos puede ser el individuo o la comunidad y el resultado de esos contactos es uno de los primeros objetos de la sociolingüística, sostiene uno de sus teóricos fundamentales: Louis-Jean Calvet.



Calvet es autor de un texto de referencia ineludible a la hora de discutir estas cuestiones: “Lingüística y colonialismo. Breve tratado de glotofagia”, publicado hace 35 años, en el que expone sus investigaciones sobre la lingüística como construcción teórica al servicio del colonialismo y propone cambiar esta orientación para que la lingüística aporte a la tarea de luchar contra el neocolonialismo y por el derecho del hombre a una existencia en el centro de su cultura.





Lengua y prejuicios



La historia está llena de proverbios y anécdotas que expresan los prejuicios de las diferentes épocas respecto de las lenguas. Se cuenta que Carlos V hablaba en francés a los hombres, en alemán a sus caballos, en italiano a las damas y en español a Dios. Otro dicho popular afirmaba: “la lengua alemana gruñe, la inglesa llora, la francesa canta, la italiana histrioniza y la española habla”.



Para los lingüistas estas aseveraciones trazan la frontera donde los estereotipos lingüísticos y nacionalistas se confunden, al mismo tiempo que los juicios sobre las lenguas apuntan a otro blanco: sus hablantes.



Estos prejuicios no conciernen sólo a las lenguas, sino igualmente a sus variedades geográficas, que el sentido común suele clasificar según una escala de valores. La división de las formas lingüísticas en lenguas, dialectos y patois es considerada, de modo peyorativo, como equivalente de las divisiones sociales, fundadas también en una visión peyorativa: a la lengua le corresponde una comunidad `civilizada’, a los dialectos y patois comunidades de `inferiores’.



Otros estereotipos tienen en cuanta el `hablar bien’ y a partir de esto se dice que hay un lugar en el que la lengua nacional es pura (Toledo, para los españoles; Anjou, para los franceses); que existen acentos desagradables y otros armoniosos y que mas allá de estos estereotipos se perfila la noción de buen uso, la idea de que hay maneras de hablar bien la lengua y otras que, por comparación, son condenables.

Todos los hablantes se rigen por normas espontáneas que les hacen decidir que forma debe ser proscripta, cual admirada: no se dice así, se dice de este modo. La norma espontánea varía, como la lengua geográfica, social e históricamente. Las actitudes lingüísticas de la burguesía y de la clase “baja”, las de porteños, de los tucumanos o los bonaerenses, así como las de hoy y las del siglo pasado, son bastante diferentes.



Para la sociolingüística lo que importa es el comportamiento social que la norma espontánea puede entrañar y mencionan dos tipos de influencia en los comportamientos lingüísticos: uno tiene que ver con la manera como los hablantes consideran su propia manera de hablar; el otro se refiere a las reacciones de los hablantes respecto del habla del otro. En el primer caso se valoriza la práctica lingüística propia o, se intenta modificarla para adecuarse a un modelo prestigioso; en el otro, se juzga a la gente por su manera de hablar.





Lengua y colonialismo



El primer capítulo del libro de Calvet se abre con esta afirmación:



“Un objeto solo existe en virtud de las descripciones que se hacen de él. Esas sucesivas descripciones siempre son productos: el hombre contempla el mundo inmediato y lo interpreta ideológicamente. En ese preciso momento la interpretación vuelve a insertarse en su práctica social, que la justifica y encuentra justificación en ella.”[1]



El descubrimiento del mundo impulsó a las comunidades a pensar en sus vínculos y llevó a algunos a teorizar su superioridad sobre las demás. Aportar estos enunciados teóricos a la justificación de la empresa colonial, fue el paso inmediato posterior.



Hay muchos ejemplos de este aporte de la teoría de la lengua: Calvet cita al Cratilo de Platón como uno de las más antiguas visiones ideológicas de la lengua y de las comunidades que las hablan. Platón lo hace refiriéndose a la rectitud de las palabras, postulando un más allá del lenguaje, algo que arbitra y define que el griego es una lengua bien formada, lo que implícitamente pone a las lenguas bárbaras en el lugar de las mal formadas. No hace comparaciones, afirma un principio que se convierte luego en herencia cultural e ideológica.



Hay numerosos ejemplos de esta definición ideológica que se multiplican a partir del XVI y XVII, el descubrimiento del mundo viene acompañado por el descubrimiento de las lenguas, surge la necesidad de establecer sus orígenes y su formación, y de señalar las relaciones entre la propia lengua y las de los otros, la de los salvajes, crece la diferenciación entre salvajes y civilizados, entre lenguas y jergas.



Las clasificaciones de las lenguas que comienzan a desarrollarse en el IXX se amplían en el XX siempre con un criterio normativo eurocentrista y se plantean como una defensa de Occidente contra le resto del planeta. Ya no se discute la superioridad del francés sobre el alemán o viceversa sino la superioridad de la lenguas indoeuropeas sobre las otras.

Esta unidad lingüística se plantea como unidad racial. A partir de Mendel y las leyes de la herencia se presta más atención al origen y aparece la idea de lo ario asociado a la idea de la superioridad de una raza sobre las demás.



El rol de la teoría de la lengua en el conjunto de la empresa colonial pasa de una etapa en que transforma las relaciones de diferencia en relaciones de superioridad a otra en que plantea la actitud lingüística como condición y máscara de la actitud económica y política.

Calvet lo resume de esta manera: “… cada sociedad tiene la lingüística de sus relaciones de producción”.[2]





Modernidad / colonialidad / decolonialidad



En un articulo reciente Enrique Dussel sostiene que la Ilustración construyó epistémicamente tres categorías que ocultaron la ‘exterioridad’ europea: el orientalismo, el occidentalismo eurocéntrico y el `Sur de de Europa’.[3]



Dicho Sur, que fue en el pasado centro de la historia en torno al mediterráneo, con la revolución industrial de la Europa dieciochesca paso a ser un mundo antiguo, incluyendo las ya semi-periféricas España y Portugal y sus colonias, con lo que América Latina desparece del mapa hasta hoy. Dussel propone reinstalar este ‘Sur de Europa’ en la geopolítica mundial y en la historia de la filosofía.



El argumento con que toda la filosofía moderna centro-europea pretendió desconocer todo lo ocurrido en el siglo XVI fue mostrar que la cultura dominante otorga a la más atrasada los beneficios de la civilización. Gines de Sepúlveda afirmaba por entonces que “es justo, conveniente y conforme a la ley natural que los varones probos, inteligentes, virtuosos y humanos dominen sobre todos los que no tienen esas cualidades.”



El primer crítico frontal de la modernidad fue Bartolomé de las Casas quien -señala Dussel- tres años antes que Lutero expusiera sus tesis y que Maquiavelo publicara El Príncipe, planteó los efectos negativos del proceso civilizatorio moderno. Bartolomé de las Casas definió su posición a favor de los derechos del pueblo indio ante las instituciones vigentes, incluso el mismo rey, cuando no se cumplen las condiciones de legitimidad ni se respeta la libertad de los individuos, y lo hizo un siglo antes que Hobbes y Spinoza.



Pero la mayor expresión crítica para Dussel es el anti-discurso de Felipe Guamán Poma de Ayala, un indígena del Perú que domina la lengua quechua y escribe entre 1583 y 1616 un texto que denomina ‘El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno’ en el que expone la interpelación crítica del Otro de la Modernidad y permite conocer la hermenéutica autentica del indio de una familia inca, escrita con singular maestría.



Estos escritos fueron terminados un año después que Descartes concluyera sus estudios en un colegio jesuita, sin tener idea del mundo periférico y colonial que la Modernidad había instaurado. Quizás se comprenda mejor la importancia de estas referencias si se tiene en cuenta que por entonces faltaban más de veinte años para la aparición del Discurso del Método y su paradigma solipsista de la conciencia, el ego cogito. Este no puede ser considerado entonces como el origen de la Modernidad Europea sino como su segundo momento.



Para dar un cierre a este breve recorrido por algunas de las cuestiones relacionadas con la lengua quizás convenga volver a Calvet, quien en el prólogo para Lingüística y Colonialismo, escrito en 1974 afirmaba: “El primer antropófago llegó desde Europa, devoró al colonizado. Y en el ámbito específico que nos atañe devoró sus lenguas, glotófago, entonces. Por lo demás, esas leguas no existían. Nada más que dialectos, en especial jergas.”



Treinta y cinco años después, la ciencia social contemporánea parece no haber encontrado aún la forma de incorporar el conocimiento subalterno a los procesos de producción de conocimiento. Sin esto no puede haber decolonización alguna del conocimiento ni utopía social más allá del occidentalismo.



La complicidad de las ciencias sociales con la colonialidad del poder reclama la emergencia de nuevos lugares institucionales y no institucionales desde donde los subalternos puedan hablar y ser escuchados.



Es en este sentido, surge el planteo y la búsqueda de un ‘giro decolonial’, no sólo de las ciencias sociales, sino también de otras instituciones modernas como el derecho, la universidad, el arte, la política y los intelectuales.



El camino es largo, el tiempo es corto y las alternativas no son muchas. Entretanto, más que como una opción teórica, el paradigma de la decolonialidad parece imponerse como una necesidad ética y política para las ciencias sociales latinoamericanas.

*Licenciado en Filosofía



[1] Calvet, Louis-Jean, Lingüística y colonialismo, Fondo de Cultura Económica, Bs. As., 2005, Pág. 25.

[2] Calvet, Ob. Cit. Pág. 52.

[3] Enrique Dussel, Meditaciones anti-cartesianas, www.revistatabularasa.org/numero_nueve/09dussel.pdf

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