Jorge
Alonso
La
aproximación de la concepción heterárquica del poder que plantea Castro Gómez a
partir de Michel Foucault permite desprender niveles de análisis geopolíticos,
biopolíticos y ligados a las tecnologías del yo y disciplinares, a la vez que
permiten una aproximación de los ethos que plantea Bolivar Echeverría del que
se separa el ethos barroco, como una forma persistente de la modernidad en
tensión con el capitalismo, y al modo de entender sus procesos y a los sujetos
involucrados. Lezama Lima y Severo Sarduy plantean claves para entender el
Barroco, histórica y geográficamente situados, pero sirven para la ocasión para
problematizar los alcances de la mirada del poder y la cultura.
Santiago
Castro Gómez en “Michel Foucault y la colonialidad del poder” plantea la
conveniencia de la concepción heterárquica del poder en el análisis de la
colonialidad del poder.
El
autor analiza extrae la cuestión del poder desde la concepción jerarquica y
heterárquica del poder en tres cursos de Foucault, “Defender la Sociedad”,
“Seguridad territorio y población” y “el Nacimiento de la biopolítica”,
considerando que Foucault tiene una concepción heterárquica del poder con
“disyunciones, inconmensurabilidades y asimetrías”, entre lo molar y lo
molecular, entre las tecnologías del yo (local), la normalización (ser en el
mundo) y la biopolítica (semiglobal), contra la idea del “sistema mundo” de
Wallerstein a partir de una concepción jerárquica del poder que subordina todo
geopolítica, biopolítica, etc. Desarrolla tres niveles de generalidad en el
ejercicio del poder, microfísico desde tecnologías disciplinarias y las
tecnologías del yo y mesofísico de la biopolítica y la gubernamentalidad; y
macrofísico desde dispotivios de
seguridad de las poblaciones desde el estado.
“Tenemos entonces que Foucault distingue tres niveles de
generalidad en el ejercicio del poder: un nivel microfísico en el que operarían
las tecnologías disciplinarias y de
producción de sujetos, así como las «tecnologías del yo» que buscan una
producción autónoma de la subjetividad; un nivel mesofísico en el que se
inscribe la gubernamentalidad del Estado moderno y su control sobre las
poblaciones a través de la biopolítica;
y un nivel macrofísico en el que se ubican los dispositivos supraestatales de
seguridad que favorecen la «libre competencia» entre los Estados hegemónicos
por los recursos naturales y humanos del planeta. En cada uno de estos tres
niveles el capitalismo y la colonialidad del poder se manifiestan de forma
diferente. Es precisamente este vínculo en red entre diferentes tecnologías de
poder que operan a distintos niveles de generalidad y con distintos
instrumentos, lo que ignora la crítica poscolonial de Said, Bhabha y Spivak.”
(CC;2007;162)
De
este modo critica las posturas de Spivak y Said contra Foucault y restaca de
este último el análisis del sistema mundo y del poder desde una visión
heterárquica del poder que le permite situar al poder colonial. El racismo es tomado como el tema o contenido
con el cual desarrolla su teoría del poder, tomando en cuenta la
multiciplicidad de racismos y respecto del tema, como Foucault se centra en una
mirada eurocéntrica. El rescate metodológico de Foucault a partir de la teoría
heterárquica del poder, le permite situar los estudios sobre la pureza de la
sangre en la nueva Granada del siglo XVII
¿Qué
es esa cuestión del ethos barroco puesta por el autor Bolivar Echeverria en el
centro de la definición de la cultura latinoamericana?
"...el ethos barroco sería una “cultura” que al
mismo tiempo es una barbarie, porque lo que él hace es reafirmar la
validez o la vigencia de la forma natural de la vida en medio de esa
muerte o destrucción de la vida que está siendo causada por el
capitalismo." (JS;2011)
El ethos barroco, como forma de vivir el
capitalismo desde la participación, una forma paradójica entre el rechazo y la
reinvención de la forma de vida. Bolivar Echeverría parte de la afirmación que
consiste en la asimilación a partir del siglo XVIII entre la vida civilizada y
la vida moderna. Ambas se constituyen una a otra de forma substancial. La
crisis civilizatoria es la crisis del proyecto de modernidad que se impuso en
este proceso de la civilización humana. El proyecto capitalista en su versión
puritana y noreuropea, prevaleciendo a cualquier alternativa, es un esquema
operativo capaz de adaptarse a cualquier substancia cultural y dueño de una
vigencia y efectividad histórica. La crisis, producto de que tal sistema no
puede desarrollarse sin atacar al trabajo, quien puso en pie a tal sistema.
Convirtiéndose en una época de genocidios y ecocidios.
Se pregunta si una modernidad alternativa es
posible. El dominio de la realidad no es absoluto, ni monolítico. Posee una
variedad de versiones, que algunas reprimidas se afanan por sobrevivir,
reprimidas y subordinadas no dejan de insistir.
El ethos barroco, y el barroquismo, forman una
forma de la modernidad que se plantea como una alternativa realizable de una
modernidad que no sea el dispositivo capitalista de la producción, circulación
y consumo de la riqueza social. Surge de la inconformidad con la equivalencia
del espíritu capitalista y la ética protestante tal como sugiere Weber. El
espíritu del capitalismo como la pura
demanda de un comportamiento estructurado sobre la ambición, progreso y la
racionalización y la pura oferta
individual de autorepresión productivista y autosatisfacción sublimada, como la
condición necesaria para la acumulación de capital. Vivir en y con el
capitalismo y para y por el capitalismo.
Se pregunta qué contradicción hay que resolver
en la vida moderna y de qué hay que
refugiarse y contra qué hay que armarse. La vida práctica hay que tomar la
realidad dominante del hecho del capitalismo. Por un lado, la dinámica de la
vida social que consiste en el trabajo y el valor de uso de los bienes, y, por
el otro, de la reproducción de la riqueza, la valorización del valor abstracto
o acumulación del capital. En todos los casos la primera es sacrificada y
sometida a la segunda.
Vivir el mundo dentro del capitalismo se puede
hacer de cuatro maneras: reconocimiento; desconocimiento; distanciamiento;
participación.
Ethos realista: Convertir en inmediato y
espontáneo el hecho capitalista, actitud militante e identificación afirmativa,
con la pretensión de creatividad que tiene la acumulación del capital; representan
fielmente los intereses del proceso “social natural de reproducción y de estar
al servicio de la potenciación cuantitativa y cualitativa del mismo. Ethos
realista por su carácter afirmativo no solo de la eficacia y la bondad
insuperables del mundo establecido o realmente existente, sino de la
imposibilidad de un mundo alternativo.
Ethos romántico: El segundo modo de
naturalizar el mundo capitalista es la
consideración del “espíritu de empresa”, la aventura permanente ante el
infierno del mundo capitalista, que lo transfigura en su contrario.
Ethos clásico: Es un forma distanciada, no
comprometida, trascendente donde los rasgos detestables se alejan de una forma
donde la existencia efectiva buscan el margen de acción posible, compresiva y
constructiva dentro del cumplimiento trágico de la marcha de las cosas
Ethos barroco: La cuarta manera de internalizar
el capitalismo, distanciada como el ethos clásico, no lo acepta ni se suma a
él, sino que lo mantiene como inaceptable y ajeno. “Se trata de una afirmación
de la forma natural del mundo de la vida, que parte paradójicamente de la
experiencia de esa forma como ya vencida y enterrada por la acción devastadora
del capital. Pretende restablecer las
cualidades de la riqueza concreta reinventándolas, informal o furtivamente,
como cualidades de segundo grado.
Hay distintos estratos arquelógicos o
decantación histórica.
En “la curiosidad barroca”, Lezama Lima separa claramente el
barroco europeo del barroco americano, con características bien diferenciadas.
El barroco americano un arte de la contraconquista, y el barroco europeo el
arte de la contrarreforma.
De las modalidades que pudiéramos señalar en un barroco europeo, acumulación sin
tensión y asimetría sin plutonismo, derivadas de una manera de acercarse al
barroco sin olvidar el gótico y de aquella definición tajante de Worringer: el
barroco es un gótico degenerado. Nuestra apreciación del barroco americano estará
destinada a precisar : primero, hay una tensión en el barroco: segundo,
plutonismo, fuego originario que rompe los fragmentos y los unifica; tercero,
no es un estilo degenerescente, sino plenario, que en España y en la América
española representa adquisiciones de lenguaje, tal vez únicas en el mundo,
muebles para la vivienda, formas de vida y de curiosidad, misticismo que se
ciñe a nuevos módulos para la plegaria, maneras del saboreo y del tratamiento
de los manjares, que exhalan un vivir completo, refinado y misterioso,
teocrático y ensimismado, errante en la forma y arraigadísimo en sus esencia.
Repitiendo la frase de Weisbach,
adaptándola a lo americano, podemos decir que entre nosotros el barroco fue un
arte de la contraconquista (JLL;2014;228)
Severo Sarduy plantea diferencias acerca del
logos en el barroco europeo y el primer
barroco colonial latinoamericano y el logos en el barroco actual o neobarroco. El logos constituye el punto de
comparación. Un logos armónico,
homogéneo, potencia infinita, o un logos
desequilibrado, reflejo de un deseo que no puede alcanzar su objeto,
pantalla de una carencia, objeto perdido.
Así el barroco europeo y el primer barroco colonial latinoamericano se dan
como imágenes de un universo móvil y descentrado pero aún armónico; se
constituyen como portadores de una consonancia: la que tienen con la homogeneidad
y el ritmo del logos exterior que los organiza y precede, aun si ese logos se
caracteriza por su infinitud, por lo inagotable de su despliegue. La ratio de
la ciudad leibniziana está en la infinitud de puntos a partir de los cuales se
la puede mirar; ninguna imagen puede agotar esa infinitud, pero una estructura
puede contenerla en potencia, indicarla como potencia –lo cual no quiere decir
aun soportarla en tanto que residuo. Ese logos marca con su autoridad y
equilibrio los dos ejes epistémicos del
siglo barroco: el dios –el verbo de potencia infinita- jesuita, y su metáfora
terrestre, el rey.
Al contrario, el barroco actual, el neobarroco, refleja estructuralmente la
inarmonía, la ruptura de homogeneidad, del logos en tanto que absoluto, la
carencia que constituye nuestro fundamento epistémico. Neobarroco del desequilibrio, reflejo estructural de un
deseo que no puede alcanzar su objeto, deseo para el cual el logos no ha
organizado más que una pantalla que esconde la carencia. La mirada ya no es solamente infinito: como hemos
visto, en tanto que objeto parcial se convertido en objeto perdido. El trayecto
–real o verbal- no salta ya solamente
sobre divisiones innumerables, sabemos que pretende un fin que constantemente se le escapa, o mejor, que
este trayecto está dividido por esa misma ausencia alrededor de cual se
desplaza. Neobarroco: reflejo necesariamente pulverizado de un saber que sabe
que ya no está apaciblemente cerrado sobre sí mismo. Arte del destronamiento y
la discusión.(SS;1989;183)
Bibliografía
Castro
Gómez, Santiago. Michel Foucault y la colonialidad del poder. Revista Tabula
rasa. Colombia. 2007
Sigüenza, Javier
“Modernidad, ethos barroco, revolución y autonomía. Una entrevista con el
filósofo Bolívar Echeverría” en Cuadernos del Pensamiento Crítico
Latinoamericano Nº 44. CLACSO, julio de 2011. Publicado en La Jornada de
México, Página 12 de Argentina y Le Monde Diplomatique de Bolivia, Chile y
España)
Bolivar Echeverría,
Modernidad, mestizaje y ethos barroco, UNAM el equilibrista, México, 1994.
Gandler Stefan,
Aportaciones para una teoría crítica no eurocéntrica desde América latina.
Viena, 2012.
José Lezama Lima. Ensayos barrocos. Imágenes y
figuras en América latina. Colihue Buenos Aires 2014.
Sarduy Severo. Rupturas de la tradición. El barroco y el neobarroco.
Sudamericana Buenos Aires 1989.