Michel Foucault. El poder psiquiátrico. La clase del 9 de enero de 1974
Notas sobre el poder de curar y la presentación de enfermos.
Comienza diciendo que el poder psiquiátrico actuaba en los
inicios, hasta los 30-40 del siglo xix, como un complemento de poder dado a la
realidad.
El poder psiquiátrico es una forma de administrar más que de
curar, es una regulación -régimen de aislamiento, uso del tiempo, sistemas de
carencias medidas, obligación de trabajar- y lucha contra la locura, como
voluntad insurrecta, ilimitada, contra la voluntad de creer, de afirmarlo y de
sostener el delirio. Concluye en decir que se trata de la dirección. Tema que abordará
también en las clases 19 y 26 de febrero 1975, en Los anormales, 28 de febrero 1978, en Seguridad
territorio y población y 3 y 10 de marzo de 1982 en la Hermenéutica del sujeto.
Por un lado, la asocia a la dirección de la conciencia
de la práctica religiosa, pero el psiquiatra es el que dirige el funcionamiento
del hospital y los individuos.
La dirección da a la realidad un poder apremiante, un
carácter inevitable, imponente, le asigna un complemento de vigor. Se tratará de replicar la
realidad dentro del asilo y fundar el poder sobre la realidad. La Tautología
asilar, consistirá en dar poder a la realidad y fundar el poder sobre la realidad. El primer paso será someter al
loco al yugo de la realidad. El segundo yugo, será a través del ritual de la confesión del nombre, la identidad, su pasado, su biografía. El tercer yugo, será someterlo respecto de la enfermedad, que reconozca que está enfermo, que corrija sus acciones, que se deben a su defecto, o su maldad, o falta de atención, o de presunción. Cuarto,
aplicar las técnicas concernientes al dinero.
En fin, la cura se producirá a partir de los cuatro yugos; 1. La ley del otro; 2. La identidad; 3. La no
admisibilidad del deseo; 4. La inserción de la necesidad en un sistema económico.
Lo que determina el poder asilar es la marcación médica.
Consiste en la omnipresencia, en la asimilación del espacio asilar al cuerpo
del psiquiatra, que será el cuerpo por donde va a pasar la realidad de todas las
realidades. Sin embargo, se pregunta por qué tiene que ser un médico. La respuesta
es porque sabe, y sabe no por el contenido de un saber, sino por ciertas marcas
de saber. Esas marcas están dadas por:
1. Un conocimiento de la biografía del paciente que pueda
descubrir, y hacerle saber que sabe; 2. Por la técnica del interrogatorio clínico que no deja
hilvanar el pensamiento del paciente; 3. La vigilancia que permita saber y demostrarle que sabe todo
lo que hace o pasa; 4. Utilizar el remedio como una forma de castigo; 5 La clínica, la presentación del enfermo en el marco de una
puesta en escena en la que su interrogatorio sirve para instruir a los
estudiantes y donde el médico actúa en el doble registro de examinador del
paciente y educador de los alumnos, de modo que será a la vez quien cura y
quien es dueño de la palabra del maestro, será médico y maestro al mismo
tiempo. (MF,2008,219)
Con esquirol en 1817 comienza esta práctica en la
Salpetriere y de manera regular desde 1830 Jean Pierre Falret, uno de ellos, se
preguntaba ¿Por qué hay que utilizar este método de la clínica?
Primero, el médico debe mostrar al enfermo que en torno de
él hay una serie de personas que están
dispuestas a escuchar, que se escuchará más allá de que el médico no le preste
atención. Su palabra se multiplicará. La presencia de un público numeroso y
deferente da mayor autoridad a su palabra.
Segundo, la clínica es importante para el médico porque
permite al médico, no solo interrogar al paciente sino, al hacerlo o comentar
sus respuestas, mostrarle que conoce su enfermedad, sabe cosas sobre su
enfermedad, puede hablar de ella y hacer una exposición teórica frente a sus
alumnos. El estatuto del diálogo que el enfermo sostenga con el médico
cambiará, a sus ojos, de naturaleza; comprenderá entonces que en la palabra del
médico se está formulando algo que es una verdad aceptada por todos.
Tercero, la clínica es importante porque, en cierto modo,
consiste no sólo en interrogar puntualmente al enfermo, sino en hacer delante
de los estudiantes la anamnesis general del caso. El enfermo verá desplegar
ante sí hable o no, su propia vida, que va a tener realidad de enfermedad, pues
se ha presentado efectivamente como tal frente a estudiantes que son
estudiantes de medicina.
Por último, citando a Falret al pie de página dice: Con
frecuencia, el relato de su enfermedad, hecho en todas sus viscisitudes,
impresiona intensamente a los alienados, que dan testimonio de su verdad con
una satisfacción visible y se complacen en entrar en los mayores detalles para completar
el relato, asombrados y envanecidos, en cierto modo, de que se hayan ocupado de
ellos con el suficiente interés para conocer toda su historia. (MF;2008;219 a
221)
Los cuatro elementos de la realidad -poder del otro; ley de
la identidad; confesión de lo que es la locura en su naturaleza, en su deseo
secreto; retribución, juego de intercambios, sistema económico controlado por
el dinero- vuelven a encontrarse en la clínica. El médico va a utilizar esos
tópicos, hacer prevalecer su palabra, obligar a reconocer su identidad y
aceptar su locura y aceptar el sistema de intercambios.
El rito de presentación clínica de enfermos, de enorme
importancia desde 1830 a 1974, hasta nuestros días, el médico se erige en
maestro de verdad. La presentación clínica
de enfermos es el gran amplificador del poder psiquiátrico. La técnica de la
confesión y el relato se convierte en obligación institucional, la realización
de la locura como enfermedad adquiere el carácter de episodio necesario y el
enfermo entra, a su vez, en el sistema de ganancias y satisfacciones obtenidas
por el encargado de curar.
En la escena clínica vemos cómo se ponen en acción no
tanto contenidos de saber cómo marcas de saber, a través de los cuales se
perfilan y actúan los cuatro tentáculos de la realidad. El psiquiatra como un personaje médico,
unido su cuerpo al espacio asilar y su funcionamiento que absorbe y somete al
cuerpo del loco.